Durante años lo habíamos intentado de manera silenciosa. Recuperar, hum, lo que una vez fue nuestro, regresar a nuestro antiguo esplendor. Con nuestras raíces habíamos tratado de destrozar pilares, cañerías, túneles. Pensamos que se irían al hacerles la vida imposible. Sólo habíamos conseguido que los cortadores cavaran grandes agujeros y amputaran, hum, nuestras raíces. Muchos congéneres acabaron muriendo después de una larga agonía. Tuvimos que cambiar de estrategia. Creceríamos, cubriríamos sus mazacotes (eso que los cortadores llaman edificios, mercados, estaciones), entorpeceríamos su vida. Un fracaso también, pues los infames cortadores, hum, se limitaron a talarnos sin contemplaciones. Estamos buscando una nueva estrategia; todavía no la hemos consensuado, hum. Mientras tanto, algunos extremistas han comenzado una guerra particular. Han adquirido la habilidad de desgarrar sus ramas (da dolor sólo pensarlo) y las dejan caer sobre incautos cortadores. Han conseguido, sí, algunos triunfos, pero el número de cortadores es casi infinito. La mayoría de nosotros tememos, hum, que los cortadores acaben vengándose de todos los árboles.
Comentarios
Aún no hay comentarios.